Página de la historia

Traducción al español de la obra de teatro “A lover of animals” de Henry Stephens Salt (1851-1939)

Spanish translation of the play ‘A lover of animals’ by Henry Stephens Salt (1851-1939)

 

Javier Andrés González Cortés*

 

Magíster en Bioética. Biólogo. Profesor Instructor. Instituto de Bioética. Pontificia Universidad Javeriana. Transversal 4 No. 42-00 edificio 67, piso 5. Bogotá. Colombia. Código postal 110231.

 

* Autor para la correspondencia: javiergonzalez@javeriana.edu.co

 

 

Recibido: 19/10/2017

Aprobado: 29/5/2018

INTRODUCCIÓN

En este documento se presenta la traducción al español de la obra de teatro A lover of animals, escrita hace 120 años por Henry Stephens Salt, intelectual inglés activista por el trato justo hacia los humanos y los animales. Se introducen elementos que permiten al lector acercarse a la discusión planteada en la obra y se enfatiza en el personaje Claud Kersterman, médico y vivisector que expone una serie de ideas sobre la medicina, la ciencia y el valor de los animales que se pueden apreciar en la actualidad. Finalmente, se resalta el valor que la literatura teatral puede tener para analizar discusiones como las que suscita el trato hacia los animales en contextos generales o particulares como el de la vivisección.

 

 

PRÓLOGO

 

La vivisección y los derechos de los animales, a las tablas

La discusión sobre el trato que reciben los animales no es nueva. Se viene abordando en Occidente desde hace más de dos mil años.(1)

[I] No obstante, ha habido periodos y lugares específicos donde el debate ha recibido mayor atención, como lo es la Inglaterra del siglo XIX. Allí ocurrieron cambios relevantes y distintos elementos dan cuenta de ello. Por ejemplo, en 1824 se crea la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, que luego es reconocida por la reina Victoria y en 1840 se convierte en Real Sociedad. Surgen normas de protección animal(2) [II] como la Ley para prevenir el trato cruel e impropio del ganado de 1822(3) y la ley anti crueldad hacia los animales de 1876.(4,5)

La ley anti crueldad de 1876 es especialmente relevante en la discusión sobre el trato que reciben los animales en el contexto del quehacer científico porque legitimó la vivisección [III] cuando el debate frente a esta cuestión estaba en su plenitud. La ley prohibía los experimentos que causaran dolor a los animales, aunque esta prohibición no era absoluta. La norma estableció condiciones para que las vivisecciones se llevaran a cabo: había que demostrar que los experimentos servían para el avance de la ciencia o para mejorar la salud de las personas; exigía que se realizaran en lugares autorizados, que quienes las hicieran contaran con licencia y que reportaran ante la autoridad competente los resultados de los experimentos. Si bien esta ley constituye un instrumento de gran importancia en la institucionalización de la vivisección en Occidente, no silenció al movimiento anti vivisección, que para ese entonces ya estaba consolidado.(6,7)

Una de las personas de la época que cuestionó fuertemente la vivisección y a sus practicantes fue el intelectual y activista británico Henry S. Salt (1851-1939). Entre su obra se destaca Animals' Rights Considered in Relation to Social Progress(8) (AR), libro que tiene como propósito “establecer el principio de los derechos de los animales de forma consistente e inteligible para mostrar que este principio es la base de distintos esfuerzos de reformistas humanitarios, y hacer aclaraciones a las cómodas falacias que los apologistas del sistema actual han acumulado de manera juiciosa”.(8) -v Su idea de los derechos de los animales es planteada en el primer capítulo y desarrollada de manera sistemática en las siguientes secciones del texto que analizan el uso y abuso de animales domésticos y silvestres en prácticas como el consumo de carne, la caza deportiva, la sombrerería y termina el análisis de casos concretos con un capítulo dedicado a la vivisección, a la que se refiere como tortura experimental.

Tres años después de la publicación inicial de AR, Salt escribió una obra de teatro que aborda de manera directa, cruda, con tinte sarcástico y cínico varias de las cuestiones exploradas en su libro y otros escritos. La obra titulada A Lover of animals(9) o Un amante de los animales, por su traducción al español, es un ejercicio imaginativo del desencuentro entre distintas posiciones que tienen sobre el trato hacia los animales los personajes que interactúan en la residencia de Claud Kersterman, médico vivisector y en apuros económicos, quien espera la visita de su tía en aras de concretar una propuesta de trabajo que consiste en brindar cuidados veterinarios a los animales del Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes. [IV]

Salt aprovecha las bondades del guion de teatro para trasladar al escenario una duda que los textos académicos tal vez no podrían retratar con tal precisión,   naturalidad y humor, a saber: de qué se habla cuando se dice que se ama a los animales. Para mostrar la confusión que existe al respecto, el autor lleva a las tablas una serie de personajes que tienen distintas actitudes hacia los animales.

En la obra aparecen figuras como Hacket, el carnicero que justifica su oficio con una idea extravagante del amor por los animales; Tom, el cazador por deporte, quien explica que su actuar hace parte del desarrollo de su hombría; la tía Moll, quien ama las mascotas domésticas y aborrece la vivisección; Grace Goodhart, [V] vegetariana y defensora de la idea de los derechos de los animales; Pate, el sirviente tarado, cuya condición es fruto aparente de un experimento al que su amo lo sometió y que recuerda aquellos que se realizan en animales y el médico y vivisector, Claud Kersterman.

Salt muestra la inconsistencia que constituye preocuparse por ciertos animales y no por todos, a pesar de que todos comparten la capacidad de sentir dolor. La tía Moll, por ejemplo, se autodenomina amante de los animales, pero no de aquellos que hacen parte de su dieta, según intriga Kersterman, ni de su vestimenta, como sutilmente se aprecia en una escena donde aparece con un sombrero adornado con una gran pluma, [VI] sino de los que clasifican como mascotas domésticas; para este caso, perros y gatos. Las incoherencias expuestas señalan que la idea del amor por los animales es vacía si no se funda en una idea coherente como bien lo sería el principio ético de los derechos de los animales.

No parece simple coincidencia que el principal papel de la historia lo tenga alguien que se llama Claud. El nombre Claud inevitablemente evoca a Claude Bernard (1813-1878), médico, fisiólogo y vivisector francés considerado el padre de la medicina experimental. Bernard defendió el derecho para realizar vivisecciones recordando que no tenía sentido prohibir este tipo de prácticas cuando se utilizaba animales para todo tipo de actividades, y en especial le preocupaba que los médicos realizaran experimentos sin antes haberlos practicado en animales.(10) Al respecto afirmaba:

Yo no admito que sea moral ensayar en los enfermos de los hospitales remedios más o menos peligrosos o activos, sin haberlos experimentado previa­mente en los perros, porque probaré más tarde que todo lo que se obtiene en los animales puede muy bien ser concluyente para el hombre cuando se sabe experimentar bien. Así, pues, es inmoral hacer en un hombre una experiencia, desde el momento mismo en que pueda resultarle peligrosa, aunque el resultado pueda ser útil a otros; y es eminentemente moral hacer experiencias en un animal, por peligrosas y dolorosas que      sean, tan sólo porque puedan ser útiles para el hombre.(10)

En la obra de teatro también se aprecia la crítica que Claud Kersterman, de manera arrogante, lanza a los antiviviseccionistas, cuya presunta ignorancia en materia científica, y por su sensibilidad frente a los animales, no les permite valorar la vivisección y la labor de aquellos que la practican. Este modo de pensar se distingue en la obra de Claude Bernard, quien comentaba:

El fisiólogo no es un hombre del mundo, es un sabio, un hombre que se halla dominado y absorto con una idea científica que persigue; no oye los gritos de los animales, no ve la sangre que corre, no ve más que su idea y no perci­be más que organismos que le ocultan problemas que quiere resolver. Lo mismo que el cirujano, no se detiene por los gritos y los sollozos más conmovedores, porque no ve más que su idea y el resultado de la operación. Lo mismo el anatómico, no siente que se encuentra en carnicería ho­rrible, y bajo la influencia de una idea científica, persigue con delicia un hilo nervioso en carnes hediondas y lívidas, que por cualquiera serían objeto de disgusto y de horror. En vista de lo que precede, consideramos como ociosas o absurdas todas las discusiones sobre la vivisección.(10)

Hasta el momento se han mencionado algunos elementos que permiten familiarizar al lector con la discusión planteada en Un amante de los animales. Es interesante notar cómo varias de las actitudes que los personajes tienen hacia la ciencia, la sociedad y los animales se reflejan en la actualidad a pesar de que han ocurrido cambios importantes a nivel político, social y científico-tecnológico que nos alejan del contexto en que escribió Salt. Con esta obra se aprecia el valor de la literatura teatral como una herramienta útil para imaginar y reflexionar sobre problemáticas que surgen en la sociedad, como la que suscita la relación con los animales, en general, y la del uso de animales en ciencias biomédicas, en particular.

 

UN AMANTE DE LOS ANIMALES

Una obra de teatro original en un acto

HENRY S. SALT

 

DRAMATIS PERSONAE:

Dr. CLAUD KERSTERMAN. — Cirujano de hospital; treinta y cinco años, alto, sombrío, cetrino, cínico.

TOM KERSTERMAN. — Hermano menor del Dr. Claud Kersterman; un cazador deportivo; tosco, rechoncho, inoportuno.

SEÑORITA MOLL. — Tía de los hermanos Kersterman; popocha, elegante, quisquillosa, locuaz.

GRACE GOODHART. — Acompañante de la señorita Moll; cerca de los 25 años, franca, abierta, decidida.

HACKET. — Un carnicero; franco, de piel rojiza, taciturno.

SEÑORA HACKET. — Propietaria del lugar donde vive el Dr. Kersterman; delgada, formal, insoportable.

PATE. — Sirviente del Dr. Kersterman; de poca estatura, deforme, tarado —usa un gorro negro.

 

ESCENA:

Sala de espera del Dr. Kersterman en la casa de la señora Hacket.

KERSTERMAN está de pie a espaldas de la chimenea.

PATE limpia la mesa luego del almuerzo.

 

KER. — Pate.

PATE. — ¿Sí, señor?

KER. — ¿Está todo listo? ¿Ha hecho todo lo que le dije?

PATE. — Sí, señor.

KER. — Dentro de muy poco llegará la visita. ¿Ha limpiado mi despacho?

PATE. — ¿Limpiar qué, señor?

KER. — ¿Qué? Todo —instrumentos, especímenes— todo ese desorden —todas esas cosas sin arreglar.

PATE. — Oh, sí. Anoche hice todo eso.

KER. (Después de una pausa). — ¿Pate, entiende que durante la visita de la señorita Moll ninguna de esas cosas puede ser mencionada? Ni una palabra  —ni una sílaba— sobre ellas.  ¿Me entiende?

PATE. — Está bien, señor.

KER. — La señorita Moll es una gran “amante de los animales”, y por los siguientes uno o dos días, mientras ella esté aquí, todos seremos amantes de los animales. ¿Está claro?

PATE (incómodo). — Si me permite preguntar, señor, ¿qué es un “amante de los animales”?

KER. — Ah, ¡ahí lo tiene, Pate! Pues, supongo que es una persona que se pasa la vida mimando gatos y perritos falderos.

PATE. — Sospecho, señor, que ¿un “amante de los animales” es casi los mismo que los  “antiviviseccionistas” de los que he oído hablar?

KER. (haciéndose el que no escuchó). — Tal cual. Una de esas ancianas que se ponen a chillar si usted pincha a un conejo con una aguja para salvar la vida de un hombre.

PATE (yéndose). — Ah, ¡si solo supieran cómo fue salvada mi vida!

KER. — Sí, Pate. No lo habría podido hacer si me hubiera puesto a pensar en perritos falderos y conejitos. Pídale a la señora Hacket que suba aquí un momento, ¿sí?

 

/Sale PATE/

 

KER. (Siguiéndolo con la mirada). — Espero que la cabeza de este sujeto no colapse mientras están aquí. Sería un desastre si se le llegara a salir algo frente a la anciana; o frente a la joven, de hecho. (Tocan a la puerta). ¡Adelante!

 

 

/Entra la SRA. HACKET/

 

KER. — Buenas tardes, Sra. Hacket. Quería asegurarme de que todo estuviera listo para estas damas. En cualquier momento llegan.

SRA. HACKET. — Sí, Dr. Kersterman, espero poder hacerlas sentir cómodas esta noche. Son dos, ¿cierto?

KER. — Sí; la señorita Moll (mi tía), y una señorita Goodhart, quien vive con ella y hace de  “acompañante”… Oh, ah, sí, y también está “Prince”. Olvidé mencionarlo, él es prácticamente el miembro más importante de la reunión. Él es el perrito faldero de la señorita Moll. Ella escribió que probablemente traería a “Prince”, y tal vez a su gata, “Selina”.

SRA. HACKET (con aspereza). — Entonces, Dr. Kersterman, señor, me disculpará pero debió haberme contado esto antes. Está en contra de mis reglas dejar entrar gatos o perros. Pequeñas cosas desagradables, ellos traen pulgas a la casa, y estropean los sillones y los muebles.

KER. — Vamos, vamos, Sra. Hacket, sea un alma caritativa y por esta vez haga una excepción. Tengo razones especiales para desear que la visita de la señorita Moll resulte placentera, y como ella es una gran amante de los animales, quiero que sienta que aquí todos nosotros somos amantes de los animales. Es solo por un par de días. El hecho es que, tal como le había dicho antes, es una señora adinerada, y estoy esperando una gran donación de ella —ella viene hoy para hablar de negocios—  pero no se puede esperar un centavo de su dinero si su gata y su perro no obtienen una magnífica recepción. Por eso se trata sobre mi renta… Y esto me acuerda de algo importante. Me tiene muy ansioso que mi tía o su acompañante lleguen a escuchar una sola palabra sobre —mis deberes profesionales, usted sabe— lo que hago basado en los intereses de la investigación científica.

SRA. HACKET. — He querido hablar seriamente con usted sobre eso, Dr. Kersterman. Ha habido más quejas últimamente. En serio quisiera que usted dejara ese horrible trabajo para su laboratorio, y no trajera esos trabajillos para acá. Esas ranas—

KER. — ¡Más quejas! Y cuénteme, ¿ahora quién se ha quejado? Les mostraré que tengo mi licencia, y que puedo hacer lo que yo quiera.

SRA. HACKET. — Los vecinos dicen cosas, Dr. Kersterman. Y a Hacket no le gusta eso, no más que a mí. Pobrecillos; parece tan cruel usarlos de esa manera.

KER. (Con desprecio). — Ah, como si los asuntos de Hackett lo hicieran tan afectuoso de los animales. Por eso es mejor que no le cuente a la señorita Moll que él es un carnicero. Ella es una de esas personas que disfruta su chuleta sin preguntar de dónde viene.

SRA. HACKET (enojada). — Puede bromear al respecto, señor, pero no existe un hombre más misericordioso que Hacket; y le informo que un carnicero honesto puede ser tan bueno como cualquier caballero científico de su tipo. Al menos él paga sus deudas, él lo hace, y no va buscando dinero de otras personas pretendiendo ser un “amante de los animales”, ¡y demás! ¡Prince, cómo no! ¡Trayendo horribles perritos falderos a esta casa, mientras debe más de tres meses de renta!

KER. — Pero, mi buena mujer, justamente esta visita de la señorita Moll me permitirá pagar mi renta.

SEÑORA HACKET (enfáticamente). — Le diré a Hacket —

 

/Tocan fuertemente a la puerta. Sale la SRA. HACKET, apresurada/

 

KER. (Macabramente). — Han llegado. Vamos por las tías, acompañantes, gatos, perritos falderos y amor por los animales. No creo que por un par de días eso me mate. Gracias a Dios ese pícaro de Tom está fuera. Le sacaré el jugo a su ausencia.

 

/Entra la SEÑORITA MOLL, traída ceremoniosamente por PATE y la SRA. HACKET. Ella está muy bien vestida y lleva una gran pluma en su sombrero. A ella le sigue GRACE GOODHART, quien carga un canasto para perro/

 

SEÑORITA MOLL. — Claud, querido hijo, ¡al fin estamos aquí! ¡Me encanta verte de nuevo! Aquí está Prince, míralo. Estornudó varias veces durante el viaje y me temo que se resfrió, pero le vas a recetar algo, ¿verdad? Eso va exactamente en tu línea, ayudar animales tontos. Y la señorita Goodhart  —no puedo olvidarme de ella— la habías visto antes, ¿verdad, Claud?

KER. — Oh, sí, Tía. La señorita Goodhart y yo somos viejos conocidos (estrechan sus manos). Pero ven; debes estar cansada. La señora Hacket les mostrará a ti y a la señorita Goodhart sus habitaciones, y luego veremos qué se puede hacer por Prince. Y Selina — ¿dónde está Selina, tía?

SEÑORITA MOLL (afligida). — Siento mucho decirlo, Claud, pero no he podido traer a Selina. Sé que te habría gustado tenerla aquí. Tuvo un fuerte ataque de indigestión esta mañana y no pudo viajar.

KER. (Con simpatía). — En efecto, Tía Moll, es una gran desilusión, tanto para la señora Hacket como para mí.

SRA. HACKET (de forma abrupta). — Le suplico, señor—

KER. — Sra. Hacket, ¿podría llevar a estas damas a sus habitaciones?

 

/Salen la SRA. HACKET, la SEÑORITA M. y la SEÑORITA G/

 

PATE (dirigiéndose en modo confidencial). — Si me permite preguntarle, señor, ¿es la joven señorita también una amante de los animales?

 

KER (impacientemente). — Sí, sí, supongo que sí. Le dije que todos nosotros somos amantes de los animales —por los siguientes uno o dos días. Ahora, no olvide mis instrucciones, y no diga nada frente a la señorita Moll acerca de —usted sabe a qué me refiero— mis estudios profesionales.

 

/Sale PATE/

 

/Entra nuevamente la SEÑORITA MOLL, sin abrigo ni sombrero/

SEÑORITA MOLL. — Creo que sería lo mejor, Claud, si tú y yo charlamos de una vez, mientras tanto Grace desempaca las maletas y hace que Prince se sienta cómodo. ¡Qué aspecto tan extraño tiene tu sirviente, Claud! ¿Por qué usa ese gorro?

KER. — Oh, él es un extraño hombrecillo a quién le salvé la vida mediante una operación que le practiqué en el hospital. Lo trepané, tú sabes, y por eso a veces parece algo raro de la cabeza. Estuvo muy agradecido; y como él no tenía nada qué hacer, lo acogí como una especie de todero. Es muy útil para mí, aunque no en términos decorativos, claro está.

SEÑORITA MOLL. — ¡Tenías que ser tú, Claud! Siempre haciendo el bien a alguien. Me siento más segura que nunca al saber que tengo razón en mi elección. ¿Qué has pensado desde que recibiste mi carta?

KER. — Sí, gracias, tía Moll. Creo que puedo hacerme cargo del puesto, si es que decides montar el Hogar. Pero, por supuesto, todos los detalles tienen que ser pensados con sumo cuidado.

SEÑORITA MOLL. — Lo primero es que la idea general quede clara. El mayor deseo de mi vida ha sido crear un Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes, y para ello he apartado una suma importante; pero lo difícil es encontrar un médico completamente confiable para ponerlo al mando (bajando la voz y acercándose a él). Me tienen terriblemente asustada, Claud, esos inhumanos, malvados vivisectores. Parece que ellos—

 

/Entra PATE/

 

PATE. — Si me permite, señor, el cuidador de los animales de caza quiere saber (se detiene confundido) si usted querrá otro —conejo—

KER. (De mal genio). — ¿El cuidador de animales de caza?  —No, no, idiota. Querrá decir, el vendedor los animales cazados. Dígale que no quiero nada. (Sale PATE). Decías, Tía Moll—

SEÑORITA MOLL. — Estaba diciendo, Claud, que debo tomar todas las precauciones posibles para proteger mi Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes de esos rufianes viviseccionistas, y esa es la razón por la cual quiero darte a ti el puesto. No solo porque eres mi sobrino preferido, sino porque eres un amante entusiasta de los animales. (KER. se inclina) Mi oferta es esta. Que seas médico visitante en el Hogar, con un salario de £500 al año. Si todo sale bien, al morir te tendría que dejar todo mi dinero. ¿Qué dices, Claud? Si quedamos así, luego discutimos los detalles.

KER. — ¿Qué puedo decir, querida tía Moll, excepto agradecerte de corazón por la generosa— munificente— oferta? Estoy a tu servicio, claro está; pero debo advertirte que en dichos términos podrías conseguir muchos más y mejores hombres que yo.

SEÑORITA MOLL. (Cariñosamente). — Claud, siempre tan modesto —tan diferente de tu hermano Tom. —Por cierto, ¿dónde está Tom?

KER. — Oh, él está en el campo, Tía, por uno o dos días. Cazando conejos, creo.

SEÑORITA MOLL. (Con severidad). —Ah, —cazando conejos. Si Tom se ha vuelto cruel, así como holgazán, confieso que no me arrepiento de perderlo. Es extraño que dos hermanos sean tan distintos como tú y Tom. ¡No podría confiarle uno solo de mis animales! Sin necesidad de ir tan lejos como lo hace Grace, creo que este “deporte”, como lo llaman, es horriblemente bárbaro.

KER. — ¿Y qué tan lejos va la señorita Goodhart, tía Moll?

SEÑORITA MOLL. — Ese es más bien un punto delicado entre la señorita Goodhart y yo; de hecho, no creo poder tenerla conmigo más tiempo. Me parece que lesiona una buena causa por ser tan extrema. Además, mientras esté a mi servicio, no tiene ningún derecho a ventilar sus caprichos a mis expensas. Ella se pone con todo tipo de teorías rebuscadas; ha sido una vegetariana (con una carcajada) por dos años, ¡y afirma que le sienta sumamente bien!

KER. — Bueno, ella no se ve nada mal, ciertamente. Supongo que ella se refiere a hacerlo de forma rigurosa; siempre fue una persona joven muy lógica, recuerdo.

SEÑORITA MOLL. — Ella tiene “ideas”, Claud; y las mujeres no tienen por qué tener “ideas”. Le digo que el Vegetarianismo no es una cuestión sagrada; pero ella no me presta atención en lo más mínimo. ¿No podrías tú, como médico, Claud, simplemente mostrarle la imposibilidad de llevar tal dieta? Me podrías ahorrar el tener que deshacerme de ella; y ella es útil para mí en muchas formas. Además, Prince y Selina la quieren mucho.

KER. — Bien, tía, claro que podría demostrarle la imposibilidad de ser un vegetariano; pero si ella ya es uno de ellos, me temo que no tendría mayor efecto. Esa gente ignorante en cuestiones científicas está tan confundida y es tan obstinada.

SEÑORITA MOLL. — Ella es tan obstinada como—

 

/Entra GRACE GOODHART/

 

¡Ah, señorita Goodhart, justo le estaba contando al Dr. Kersterman sobre el gran cariño que usted le tiene a Prince!

 

GRACE. — Bajé para decirle que ya todo está organizado en su cuarto. Prince se ha acostado en el sillón grande de terciopelo.

SEÑORITA MOLL. — ¡La adorable criaturita! Iré y me sentaré con él un momento. ¿Le diste el ala fría de pollo?

GRACE. — No. Él ha comido demasiado hoy. Me pareció que estaría mejor sin más comida.

SEÑORITA MOLL. — Tonterías, Grace; el perro tiene que comer lo que él quiera. Él no es un vegetariano. Recuérdelo, por favor.

 

/Sale la SEÑORITA MOLL/

 

KER. (Después de una pausa). — Me alegra saber que Prince esté tan cómodo, señorita Goodhart.

GRACE. — ¿A la propietaria de su casa le gusta que los perros estén en sus mejores sillones, Dr. Kersterman?

KER. — Estará encantada, estoy seguro. Es tan amante de los animales como lo soy yo.

GRACE. — Pero no sé qué tanto sea eso, Dr. Kersterman. No logro acordarme de su gran pasión por la causa cuando lo conocí hace unos años.

KER. — Uno nunca termina de aprender, señorita Goodhart. ¿Puedo preguntarle cuál es su posición personal en este asunto de los derechos de los animales?

GRACE. — Mi “posición” es muy sencilla. Soy la “acompañante” de la señorita Moll. Soy la dama de compañía de la señorita Moll, Prince y Selina.

KER. — Pero tengo entendido, según mi tía, que sus opiniones son mucho más avanzadas que las de ella —de hecho, usted es una vegetariana. ¿No es eso ir más bien lejos?

GRACE. —  ¿Lejos para un “amante de los animales”, querrá decir?

KER. — Sí. ¿Está segura de que se puede ser un amante de los animales sin ser un asceta?

GRACE. — ¿Entonces usted demuestra su amor por los animales al matarlos y comerlos? Bueno, eso es “amor” de cierto tipo, tal vez, pero más bien uno extraño, diría yo. ¡“Amor de alacena”, le llamaría yo, más bien!

KER. — Pero veo que mi tía no tiene objeción hacia su trozo de carne de res y cordero. ¿Acaso no es ella una luz resplandeciente de la causa? Usted no puede negar que ella sea una verdadera amante de los animales, ¿o sí?

GRACE. — Por ser la acompañante asalariada de la señorita Moll no puedo criticarla, ¿o sí?

KER. — Oh, pero estamos entre amigos. Además, como voy a ser el médico visitante de su Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes, estoy en una dificultad parecida.

 

/Entra PATE/

PATE. — Señor, la dama del piso de arriba le agradecería si usted pudiera ver a su perrito. Ella dice que él quiere remedio.

KER. — Ah —Prince. Me había olvidado de él. (A la señorita Goodhart). Excúseme por uno o dos minutos. Una muestra de mis obligaciones profesionales, como puede ver. (A Pate). Pate, ponga una silla cerca a la chimenea para la señorita Goodhart.

 

/Sale el Dr. Kersterman/

 

PATE (ubicando de forma cuidadosa la silla). — Discúlpeme, señorita, seré muy atrevido pero puedo preguntarle si usted también es una amante de los animales, ¿como la otra dama?

GRACE. — Oh, sí, supongo que sí, señor Pate. Todos somos amantes de los animales en esta casa, ¿o no?

PATE (intencionalmente). — Sí, señorita. Todos somos amantes de los animales —por los siguientes uno o dos días. Esas son las instrucciones del Dr. Kersterman.

GRACE (sorprendida). — ¿Por los siguientes uno o dos días? No entiendo qué quiere decir con eso.

PATE (con misterio). — ¡Si esos antiviviseccionistas —espero que usted no sea uno, señorita— tan solo supieran cómo fue salvada mi vida!

GRACE (con interés). — ¡Ah! — ¿y cómo fue salvada su vida, señor Pate?

PATE (señalando su gorro). — Tiene que preguntarle al Dr. Kersterman sobre eso. Él lo hizo. ¿Cómo habría adquirido el Dr. Kersterman el conocimiento necesario si se hubiera puesto a pensar en conejitos y perritos falderos y no hubiera podido ensayar con anterioridad sus trucos? ¡Nada de esas patrañas antivivisección para mí, señorita! Yo mismo he sido sometido a una operación, y por ello estoy de lo mejor.

 

/Sale triunfante/

 

GRACE. — Esto es terrible. Tengo que hablar con Claud. Está jugando un juego más oscuro de lo que yo sospechaba. “Hogar de Convalecientes”, ¡cómo no! Bonita convalecencia la que tendrán sus mascotas domésticas, si esto llega a ser verdad.

 

/Entra el doctor Kersterman/

 

KER. — Bien, traigo un buen reporte sobre nuestro pequeño paciente. He diagnosticado su caso y puedo asegurar que se recuperará pronto. ¡Ya imaginará el alivio que tendrá su señora con tal veredicto! Justo estábamos hablando de mi tía, ¿o no? Me imagino que a usted no le parece que ella sea tan amante de los animales. (Una pausa). ¿Pasa algo?

GRACE. — Dr. Kersterman —¿es usted—un vivisector?

KER. (Después de una pausa, descontroladamente). — ¿Cómo se atreve a hacerme esa pregunta?  ¿Es esta la “posición” como acompañante de mi tía?

GRACE. — Tengo derecho a hacer esa pregunta sobre el médico visitante del Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes.

KER. — Usted no tiene derecho a meterse entre mi tía y yo en un asunto familiar privado. Tal vez usted tiene algún plan para gastarse la plata de ella. (Cambiando de repente). Discúlpeme, Grace. Perdí mis cabales por un momento. Sería una locura que peleáramos. Nuestros intereses son idénticos.

GRACE. — Nuestros intereses están muy alejados, Dr. Kersterman, si lo que sospecho es verdad.

KER. — Cuando usted habló, yo estaba a punto de retomar la charla que tuvimos años atrás, el año en que la conocí por primera vez en la casa de mi tía.

GRACE. — No tiene sentido volver a eso, Claud. Incluso esa vez desconfié de usted; ¡y ahora—!

KER. — Esa vez me rechazó, con algo de razón tal vez, por ser un joven doctor sin reputación ni dinero. Seguramente esta vez no lo haría —ahora que he asegurado el apoyo de mi tía, ¿Y le podría ofrecer un hogar?

GRACE. — ¿Un hogar? ¿El “Hogar de Convalecencia”, Claud? ¡No, gracias! Yo no seré una “mascota doméstica”.

KER. — ¿Está bromeando? ¿No pretenderá que sus locas ideas humanitarias se interpongan en el camino de nuestro progreso?

GRACE. — Por favor, responda mi pregunta, Dr. Kersterman. ¿Es usted—?

 

/Entra emocionada la señorita Moll/

 

SEÑORITA MOLL. — ¡Grace, venga rápido! La necesito de inmediato. Prince está enfermo. Claud, tienes que recetarle otra vez, por favor.

KER. (En un momento de supremo descuido). — ¡Oh, maldito Prince!

SEÑORITA MOLL. — ¡Claud! ¡Dr. Kersterman! ¿Está borracho, señor? ¿Ha aprendido el lenguaje de su hermano Tom?

KER. — Perdóneme, tía Moll. Estaba preocupado por otra cosa. Hablé sin pensar.

SEÑORITA MOLL. — Señorita Goodhart, dejemos a este caballero —para que reflexione.

 

/Salen la SEÑORITA MOLL y GRACE/

 

/Entra la señora Hackett, seguida por PATE/

 

SEÑORA HACKET. — Dr. Kersterman, debe hacerse algo con ese perrito bestial ya mismo, si es que sus amigos quieren pasar la noche aquí. Ha estropeado el mejor sillón de terciopelo, que perteneció al abuelo de Hacket. Le juro que haré que Hacket lo mate de un hachazo si usted no hace que se lo lleven.

KER. (Desesperado). — ¡Oh, mátelos a todos a hachazos, como sea! ¡Atorméntelos a todos! No puedo soportar más esto. (A PATE). Estaré en el laboratorio en caso de que alguien me necesite.

 

/Sale furioso/

 

SRA. HACKET (con la boca abierta). — ¿Qué le molesta a su amo, Pate? Se ha ido como un toro por entre un callejón, como diría Hacket.

PATE. — Es este asunto del “amor por los animales”, le apuesto, Sra. Hacket. El río del amor jamás fluyó tranquilovii, he oído.

SRA. HACKET. — El “amor por los animales” del Dr. Kersterman no es que le llegue a uno como amor verdadero. Tal vez lo descubrió la anciana. ¿Usted le dijo algo, Pate?

PATE. —No yo; créame. Yo recibí instrucciones claras del amo.

SEÑORA HACKET. — ¿O a la jovencita? ¿Tal vez usted le contó a ella cómo el Dr. Kersterman le salvó su vida, y el resto de esa tonta historia sobre usted?      

PATE (confundido). Eh, ¿pues? ¿Y qué si lo hice, señora Hacket? ¿Entonces qué, eh?

SEÑORA HACKET. — Oh, nada—solo que el Dr. Kersterman ha perdido su fuente de ingresos, y yo he perdido mi renta. Eso es todo, idiota.

 

/Sale la señora Hacket/

 

PATE (de pie y en shock). — Perdóname, Dios, si este “amor por los animales” no es la cosa más malvada de todas. Luego de una hora, todos están que se pelean, y todavía queda el resto del día. Todos estaremos muertos antes de que se haya acabado el día. (Tocan la puerta). ¡Otro que llama la puerta! ¿Me pregunto quién será el siguiente amante de los animales?

/Entra TOM KERSTERMAN en atuendo de caza/

 

TOM KER. — ¿Entonces el Dr. Kersterman no está en casa?

PATE. — No, señor. Él está en el laboratorio. Las damas están arriba con el perrito, señor.

TOM KER. — ¿Damas? ¿Con el perrito? ¿Qué diablos quiere decir, Pate? Tiene Claud aquí estudiantes femeninas, para ver su— 

PATE. — La señorita Moll está aquí, señor, con su perrito faldero, Prince. Todos somos amantes de los animales. Instrucciones del Dr. Kersterman, señor.

TOM KER. — ¡Uh! Entonces ese es el jueguito del doctor. Parece que he llegado justo para una linda reunioncilla familiar. ¿También está aquí la señorita Goodhart, Pate?

PATE. — Hay una jovencita, señor, que carga al perrito y lo cuida cuando está enfermo.

TOM KER. — Me lo imaginaba. No necesita quedarse, Pate. Y no traiga a su amo. Me sentaré aquí hasta que las damas bajen.

PATE (abriendo la puerta). — Aquí están ellas, señor.

 

/Entran la SEÑORITA MOLL y GRACE/

 

/Sale PATE/

 

TOM KER. — Buenas tardes, tía Moll. Mientras me dirigía hacia mi casa pasé a ver si Claud estaba, y en cambio la encuentro a usted. Le disparé al pichón, ya ve, y le di —Un placer inesperado, quiero decir. Me alegra verla, señorita Goodhart.

SEÑORITA MOLL (de modo arrogante). — Buenos días, Tom. Así que ha estado matando conejos. No me ofrezca su mano. Debe haber sangre en ella. (GRACE estrecha las manos con TOM KERSTERMAN). A la señorita Goodhart, parece, no le preocupa ese contacto.

GRACE. — He estado bañando a Prince, señorita Moll. Si usted lo hiciera, otras cosas le parecerían más fáciles. 

SEÑORITA MOLL (de forma severa). — Espero librarla de esa obligación muy pronto, señorita Goodhart. (A TOM KERSTERMAN). Tiene que excusarme por no apreciar sus instintos deportivos, Tom. Yo soy una amante de animales, y hoy estoy aquí haciendo una diligencia piadosa —para designar a su hermano, el Dr. Kersterman, quien comparte completamente mis sentimientos, como médico visitante de mi Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes. Me temo que difícilmente usted entendería nuestros propósitos.

TOM KER. (Sin rodeos). — Pues, tía, entiendo suficientemente bien los propósitos de Claud. ¡Esta vez él la ha engañado, y lo hizo muy bien!

SEÑORITA MOLL. — Qué impertinente, señor. Si no tiene nada más sensato que decir, mejor déjenos. Siento mucho que un sobrino mío se rebaje a matar animales por deporte.

TOM KER. — En todo caso, Tía, yo no los tajo vivos.

SEÑORITA MOLL (distante). — ¿Quién lo hace, Tom? ¿Quién lo hace?

TOM KER. —Oh, muchas personas. El médico visitante del Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes, por mencionar alguno.

SEÑORITA MOLL (consternadaluego de una pausa). — ¡Tiene que poder dar cuenta de eso, señor! ¡Está acusando a su hermano de ser un vivisector! ¡Qué vergüenza!

TOM KER. — Pregúntele a Pate—pregúntele a la propietaria—

SEÑORITA MOLL (timbrando). — Lo haré, señor.

 

/Entra PATE/

 

SEÑORITA MOLL. — ¿Dónde está el Dr. Kersterman?

PATE. — En el laboratorio, señora. Puedo traerlo si lo necesita.

SEÑORITA MOLL. — Primero respóndame una pregunta, Pate; y piense bien antes de hablar. ¿Es su amo —el Dr. Kersterman— un vivisector?

PATE (en una gran confusión). —No —no—no por los siguientes uno o dos días, señora. Mientras usted está aquí, todos somos amantes de los animales, señora. Instrucciones del Dr. Kersterman, señora.

 

SEÑORITA MOLL. — Eso es más que suficiente, Pate. Traiga ya mismo al Dr. Kersterman; y dígale a la señora Hacket que venga para acá.

 

/Sale Pate/

 

(A Grace). ¿Sabía esto, señorita Goodhart?

GRACE. — Lo sospeché, por primera vez, esta mañana.

SEÑORITA MOLL. — ¿Y no me dijo nada en ese instante?

GRACE. — Yo misma iba a preguntarle a Claud. Pero antes de que pudiera saber la verdad, usted me llamó para ayudar a Prince.

SEÑORITA MOLL. — ¡“Claud” claro! ¡Entonces fue ese el tan agradable cara a cara que interrumpí! ¡He sido engañada por completo todo este tiempo!

TOM KER. (Ansioso). — Eso es lo que le estaba diciendo, tía, cuando me llamó impertinente.

SEÑORITA MOLL. — Cállate, Tom. (Entra la SEÑORA HACKET). Señora Hacket, tengo que hacerle una pregunta sobre mi sobrino, el Dr. Kersterman. ¿Sabe usted si es él —un vivisector?

SRA. HACKET. — Dios santo, señora, ¡qué pregunta! No tengo idea sobre los estudios profesionales de mi inquilino, señora. Todo lo que sé es que el Dr. Kersterman paga de manera responsable la renta, y que tendrá que pagar por el sillón de arriba, el que perteneció al abuelo de Hacket. ¿Por qué no le pregunta directamente al mismo Dr. Kersterman? Lo oigo llegar.

TOM KER. — ¡No puede ser! ¡Esto se puso una locura!

Entra el DR. KERSTERMAN seguido por PATE.

KER. (Después de una pausa—mirando de manera desafiante). — Todos esperándome, ya veo. Me hacen un gran honor. Muy bueno de tu parte pasar por aquí, Tom. Este lindo encuentro te lo debo a ti, no lo dudo.

SEÑORITA MOLL. — Tu hermano ha hecho una importante declaración, Claud, y confío en que la desmentirás de inmediato. Comprenderás que, antes de designarte como Médico Visitante de mi Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes, estoy en todo mi derecho de preguntarte si tú practicas —estoy tan avergonzada de mencionar la palabra— si tú practicas la vivisección.

KER. — A mí no me vengan a catequizar ni a intimidar de esta forma. ¿Qué tanto saben ustedes sobre lo que usted llama “vivisección”? Como científico yo uso los métodos que la ciencia ha aprobado.

TOM KER. — Como jugar al “amante de los animales” frente a la tía Moll, ¿por ejemplo?

KER. — Qué insolente eres, Tom. ¡Parece que has estado diciendo unas buenas mentirillas durante mi ausencia!

TOM KER. (Enojándose). — ¿Y qué mentiras le has estado diciendo a la tía Moll durante mi ausencia? Apenas entró aquí, ella me trató como a un asesino con las manos en la masa.

KER. — Ahora que te has vuelto un informante, Tom, te habrás ganado tu recompensa. Espero que hayas quedado en buenos términos con la tía Moll.

TOM KER. – ¡Mentiroso! (Se van a los golpes).

SEÑORITA MOLL. — ¡Ayuda! ¡Ladrones! ¡Asesinato! (A la SEÑORA HACKETT). ¡Llame a su esposo, mujer! ¡Traiga al policía, Pate! ¡Grace, salve a Prince! ¡Rápido!

SRA. HACKETT (corriendo hacia la puerta). — ¡Hacket, Hacket! ¡Ven rápido! ¡Así como estás—en tus ropas de matar—como sea!

 

/Entra HACKET, en bata azul, con los brazos descubiertos/

 

HACKET (ubicándose entre los combatientes). — Ahora, ¿cuál de ustedes dos quiere ser atravesado como un cerdo?

SEÑORITA MOLL. — ¿Qué es esto? ¡Un carnicero! ¿Entonces me ha traído a un matadero, Claud, y también a un escondite para la vivisección? Grace, vámonos ya. ¡Qué horrible! ¡Un carnicero!

SRA. HACKET. — ¡Pues sí, un matadero! ¡Hacket realiza sus matanzas fuera de este lugar, en su tienda, algo bastante respetable! Las puertas están abiertas para que usted se vaya, señora, cuando mejor le parezca.

SEÑORITA MOLL. — Nos iremos de su casa inmediatamente, señora. ¿Antes de que nos vayamos, Claud, tiene algo que decir?

KER. (Recuperando la compostura). — Esto es ridículo. ¡Quítame tus manos de encima, Tom! ¡Basta, Hacket! Disculpe esta escena tan vil, tía Moll. (Después de una pausa). Sí, sí —si usted tiene que hurgar en mis asuntos privados, pues yo soy lo que usted llama un “vivisector”— eso es lo que hay que decir, yo dedico mi conocimiento y destreza para el bien de mis semejantes. Como usted pide hablar claro, tía Moll, le cuento que esta vieja cruzada típica de mujeres contra la ciencia es puro sentimentalismo. Como Owenviii dijo, ustedes son pro bestias, y para nada humanitarios. ¿Está usted consciente de que todos los grandes descubrimientos quirúrgicos modernos se deben a experimentos realizados en animales?

SEÑORITA MOLL. — Después de llamarme “pro bestias”, Claud, no esperará que siga discutiendo con usted.

PATE (dando un paso hacia adelante). — Si tan solo supiera, señora, cómo fue salvada mi vida—

KER. — Considere el caso de Pate, por ejemplo—

SEÑORA HACKET. — ¡Oh, por favor, Dr. Kersterman, entre menos se hable de esa pobre criatura, mejor! Todos los vecinos saben que su cabeza fue abierta por el bien de los estudiantes del hospital, y no por el beneficio de él. Y a partir de ese entonces ha sido un tarado.

KER. (Ignorándola). — Si usted va a predicar el evangelio de “bondad hacia los animales”, ¿por qué tiene que comenzar por la vivisección? ¿Y qué de la caza deportiva? Tom puede contarle cómo el noble cazador hiere a cientos de animales desdichados, dejándolos para que se arrastren y anden revoloteando por ahí entre los matorrales —y todo por mero placer, le recuerdo— no por conocimiento o beneficio real para la humanidad. A pesar de esto, apenas le llama usted la atención al cazador, mientras al científico lo trata como a un paria.

TOM KER. — Todo eso está muy bien, Claud; pero ya sabes que la caza nos hace varones. ¿Qué sería de los ingleses sin sus deportes de campo nacionales?

KER. — Sí, eres un excelente espécimen de lo varonil que es dispararle a unos conejitos. Entonces, Tía, no veo muy claro dónde encaja su “amor por los animales”. Usted se los come, ¿no? Y su carnicero, como nuestro amigo Hacket aquí, les causa más dolor del que cien cirujanos le causarían a los animales.

HACKET. — Dr. Kersterman, señor, yo soy un simple trabajador, pero si de amor a los animales es de lo que está hablando, pues yo no me detendré por ninguno de ellos. Es porque yo les tenía tanto cariño cuando era niño, y me gustaba tenerlos a mi alrededor, que me volví carnicero. Nunca estoy tan contento como cuando estoy trabajando fuertemente y con la sangre hasta mis tobillos. Pero diré esto: aunque me gano la vida matando animales, yo no los torturaría como usted lo hace, ni siquiera a cambio de todos los cadáveres que hay en Smithfieldix.

SEÑORITA MOLL (sarcásticamente). — ¡Entonces se ha convertido a las ideas Vegetarianas, Claud! (mirando a G.) Ya me imagino de dónde las sacó. ¿Y, Grace, tal vez usted esté de acuerdo con el Dr. Kersterman sobre los beneficios de la Vivisección? Los polos opuestos se atraen, claro.

GRACE. — Su pelea con su sobrino no es asunto mío, señorita Moll. Pero ya que usted me ha metido en esta discusión, debo decir lo que pienso. Considero a la Vivisección como el más horrible de los crímenes —el más horrible justamente porque es hecho, como el Dr. Kersterman dice, deliberadamente y concienzudamente (debemos aceptarle eso), y no por mera desconsideración por los otros, como la caza deportiva. Pero si vamos a pelear contra la Vivisección, tenemos que librarnos de ese falso “amor por los animales”, esa mimadera de mascotas y perritos falderos por parte de aquellos a quienes realmente no les importa el verdadero bienestar de los animales, o incluso el bienestar de los hombres. El humanitarismo tiene que mostrar que eso no es “pro bestia”, y tiene que apuntar a reparar todo el sufrimiento innecesario, humano y animal por igual —las crueldades estúpidas de la tiranía social, del código criminal, de la moda, de la ciencia, del comer carne. ¡Ahí tienen! He dicho lo que tenía que decir. Ahora solo me queda partir.

SEÑORITA MOLL. – ¡Parta, señorita Goodhart! ¿Y cómo haremos Prince y yo para devolvernos a casa?

GRACE. — Los veré a usted y a Prince en casa, señorita Moll, pero nos separamos en su puerta.

SEÑORITA MOLL. — Bueno, de todas las mujerzuelas que se vanaglorian de sí mismas, justo me envían a la jovencita que tiene “ideas”. Adiós, Claud; alistaré mis cosas y me iré. Confío en que buscará perdón en el lugar adecuado. Y obviamente tengo que cancelar el acuerdo del que habíamos hablado —para el Hogar de Mascotas Domésticas Convalecientes.

KER. — Adiós, Tía. Le deseo a usted y a sus mascotas domésticas toda la felicidad del mundo. Espero que encuentre a Selina mejor de salud.

 

/Sale la Señorita MOLL/

 

TOM KER. (Caminando hacia adelante). — Me voy, Claud. Podemos hablar de esto en otra ocasión. Ahora que la anciana se ha ido, podemos reírnos un poco, ¿no? ¡Es claro que tú y yo estamos en el mismo barco, si es que hablamos de amor por los animales! Perdón por haber causado este escándalo infernal. Buenas tardes, señorita Goodhart.

KER. — Está bien, muchacho. Ya nos arreglaremos.

 

/Sale TOM KER/

 

SRA. HACKET (luego de susurrarle a Hacket). — Después de lo que pasó hoy, Dr. Kersterman, le damos una semana de plazo para que se vaya. Tendrá que pagar la renta antes de irse, por supuesto. Y sobre el sillón que perteneció a—

KER. — Oh, claro, señora Hacket. Venderé mis libros de ser necesario. Ahora retírese.

SRA. HACKET (yéndose). — ¡Ah! ¡Sus manos están vacías y su boca está llena de promesas —como de costumbre!

 

/Salen H., y la SEÑORA. H/

 

GRACE. —Adiós, Dr. Kersterman. Me gustaría que supiera que yo, de todas formas, no lo veo a usted como un “paria”, aunque pienso que usted está completamente equivocado, de corazón y mente, en el camino que ha tomado. No creo que volvamos a encontrarnos otra vez. Siento haber venido hoy.

KER. — Adiós, señorita Goodhart. Todos mis planes están arruinados y temo que usted ha perdido su puesto con la tía Moll. ¿Qué va a hacer cuando sus obligaciones hacia el perrito faldero hayan terminado?

GRACE. — Oh, encontraré algo para mí en algún lado. La señorita Moll y yo estábamos por  separarnos, y el momento llegó pronto, las nuevas y las viejas ideas no pueden coexistir por siempre. Ahora todos vamos a tener claro de qué lado estamos.

SEÑORITA MOLL (desde la puerta). — ¡Señorita Goodhart! ¡Grace! ¡Venga y ayúdeme a empacar!

 

/Sale G/

 

KER. (Después de una pausa). — Y bien, Pate, ¿qué piensa de los acontecimientos de hoy? Buena cosa ser un amante de los animales, ¿no le parece?

PATE (de forma confidencial). — Señor, ¿puedo preguntarle si es necesario seguir siendo un amante de los animales?

KER. — No. Ya se acabó todo, Pate. La anciana ha sido mucho para nosotros. Nos descubrieron.

PATE (tristemente). — ¡Ah, si tan solo esos “antiviviseccionistas” supieran cómo fue salvada mi vida!

 

/Sale PATE/

 

KER. (Solo). — Parece que solo queda una persona que cree en mí. Y es tarada.

/CORTINA/

 

Agradecimientos

Agradezco a Carolina Correa por su apoyo en el proceso de traducción de A Lover of Animals, a Max Feinstein por su ayuda en la comprensión de partes específicas de la obra original en inglés, a Eduardo Díaz y a un revisor anónimo por haber hecho comentarios que permitieron mejorar el prólogo.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Regan T, Singer P, editores. Animal Rights and Human Obligations. 2a ed. New Jersey: Prentice Hall; 1989.

2. Steiner G. Anthropocentrism and Its Discontents: The Moral Status of Animals in the History of Western Philosophy. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press; 2010.

3. Parlamento del Reino Unido. Act to prevent the cruel and improper treatment of cattle. 1822. Disponible en: https://web.archive.org/web/20141030063347/http://www.animalrightshistory.org/animal-rights-law/romantic-legislation/1822-uk-act-ill-treatment-cattle.htm Acceso en julio de 2017.

4. An Act to amend the Law relating to Cruelty to Animals. 1876 [Internet]. Reino Unido: Parlamento del Reino Unido; [s.f] [cited 2017 Jul 18]. Available from: http://www.legislation.gov.uk/ukpga/Vict/39-40/77/contents/enacted

5.  The Century Dictionary. An Encyclopedic Lexicon of the English language: prepared under the superintendence of William Dwight Whitney [Internet]. New York: The Century Co; 1890 [cited 2017 Jul 18].  Available from: https://www.biodiversitylibrary.org/item/217287#page/3/mode/1up

6. Lederer S. Political Animals: The Shaping of Biomedical Research Literature in Twentieth-Century America. Isis. 1992;83(1):61-79.

7. Orlans FB. In the Name of Science: Issues in Responsible Animal Experimentation. New York: Oxford University Press; 1993.

8. Salt HS. Animals' Rights Considered in Relation to Social Progress [Internet].  New York: McMillan; 1894

9. Salt HS. A lover of animals. The Vegetarian Review  [Internet]. New York: The Century Co; 1895 [cited 2016 Jan 12]. Available from: http://journals.sagepub.com/doi/pdf/10.1177/1086026600134010

10. Bernard C. Introducción al Estudio de la Medicina Experimental. Buenos Aires: Emecé; 1944.

11. Owen R. Experimental physiology, its benefits to mankind; with an address on unveiling the statue of William Harvey at Folkestone, 6th August 1881. London: Longmans, Green and Co. [s.f] [cited 2017 Aug 12]. Available from: https://archive.org/details/experimentalphys00owen

12. Werner A. A brief history of Smithfield. En: Museum of London. Blog. [Internet] Londres: Museum of London; 2015 [cited 2017 Aug 18].  Available from:  http://blog.museumoflondon.org.uk/history-smithfield/

 

 

Conflicto de intereses:

El autor declara no presentar conflicto de intereses para este texto.

 

 

Notas aclaratorias



[I] En la primera parte del libro Animal Rights and Human Obligations(1) se encuentra una compilación de textos clásicos que sirven para explicar las actitudes que predominan actualmente en Occidente sobre los animales. Un acercamiento más profundo y completo sobre la cuestión se encuentra en el libro Anthropocentrism and its discontents.(2)

[II] Las leyes anti crueldad animal fueron normas que con el tiempo fueron modificándose de modo que cambiaban y ampliaban, a modo de enmiendas, la noción de protección animal.

[III] El término vivisección junta las expresiones latinas vivus y sectio, que significan viviente y cortar, respectivamente. El Diccionario del Siglo, publicado en 1890, da la siguiente definición sobre vivisección: “Disección de un cuerpo vivo; la práctica de anatomizar de forma viva, o de experimentar sobre animales vivientes, para el propósito de investigar alguna función fisiológica o proceso patológico que no puede determinarse de otra manera.”(5) La definición es ampliada con la siguiente apreciación: “Estrictamente la vivisección incluye solo operaciones de corte; pero el término es extendido a cualquier experimentación fisiológica sobre animales vivos, como compresión de partes por medio de ligaduras, sujeción de la criatura a condiciones especial de presión atmosférica, temperatura  y comida, exhibición de venenos u otras drogas, inoculación de enfermedades, etc. La vivisección en manos competentes y humanas, bajo restricciones adecuadas y razonables, es fructuosa de buenos resultados para las ciencias de la fisiología y la patología”(5)  Como se puede apreciar en el diccionario, la vivisección, siempre y cuando la realicen manos competentes y humanas, es una práctica que genera beneficios a la ciencia y a la humanidad; es una actividad apreciada socialmente por sus resultados. Sobre el término vivisección, la historiadora de la medicina Susan Lederer(6) menciona que los mismos defensores de la práctica sugirieron cambiar el término por experimentación animal por ser más neutro y evitar la carga emocional asociada. Pese a que el término vivisección casi no se usa en la actualidad, cuando se utiliza suele referirse a una práctica moralmente reprochable.

[IV] En la obra se puede distinguir a los perros y gatos como animales que a pesar de ser animales domésticos también son mascotas (pets). Esta condición de mascota es la que permite darles un trato diferente al de otros animales domésticos.

[V] Gracia Buencorazón sería el nombre en español de este personaje al traducir la pronunciación del nombre en inglés.

[VI] Salt critica fuertemente la costumbre de utilizar plumas de aves en los sombreros de las mujeres. Al respecto, afirma que “la responsabilidad de los males infligidos descansa en últimas en la clase que solicita una mercancía innecesaria, en vez de sobre aquel que por presiones económicas está obligado a suministrarla; no es el hombre que mata al ave, sino la dama que usa las plumas en su sombrero, quien es el verdadero delincuente”(8).